jueves, 11 de junio de 2009

Los días en blanco me tocan en suerte no sin abusar de ser periódicos. Son días en que las perturbaciones osan atravesar los límites que mi Ser impone.
Estimaciones, conjeturas, sobrecarga de papeles vacíos. Prosas inocuas de un autor falaz. Los días en blanco me colman la paciencia, pero no me permiten estallar. Son momentos en que la clepsidra debería detenerse para mí. Para poder pensar. Relajarme. Hundir mi existencia en el lodo de la desesperante razón humana.
Cuando los días se ponen blancos, es cuando descubro que es inútil imponerse ante las reglas. Que las revoluciones jamás existieron, y que soy incapaz de hallar un motivo que me enlace a la humanidad.
Soy demasiado racional como para depositar mi fe en una religión.
Soy demasiado pasional como para dedicarme a la ciencia.
Soy demasiado torpe como para poder amar correctamente, y mucho más torpe soy para lograr que a quien amo me ame por igual.
Quizás solo me quede el arte, pero el sentimiento de soledad que ella me imprime es desgarrador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario