jueves, 11 de junio de 2009

El pasillo se mostraba ágil y blanquecino, con un halo de esperanza en el final. Pequeñas ventanas, a grandes alturas, observaban mis pasos sobre el suelo de maderas crujientes. Paredes cálidas proyectaban aires espesos. Fuentes espumosas cada cuatro metros indicaban una simetría difícil de aceptar. A pesar de todo decidí continuar, pues al final se encontraría la respuesta a mis imploraciones nocturnas.
A medida que mis pies, eternos trazadores, aumentaban la distancia entre mi cuerpo y la puerta de entrada, noté que las ventanillas a grandes alturas disminuían su poder hipnótico. La incomodidad que me expresaban al principio, fue apagándose con la aceleración de mis zapatos. Clara señal de que había llegado. Un tronco. Una piedra. Un pastizal. Escogí el tronco y decidí callar.

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